1 - 7 Jesucristo, y éste crucificado
1 Cuando fui a vosotros, hermanos, proclamándoos el testimonio de Dios, no fui con superioridad de palabra o de sabiduría, 2 pues nada me propuse saber entre vosotros, excepto a Jesucristo, y este crucificado. 3 Y estuve entre vosotros con debilidad, y con temor y mucho temblor. 4 Y ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, 5 para que vuestra fe no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. 6 Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; pero una sabiduría no de este siglo, ni de los gobernantes de este siglo, que van desapareciendo, 7 sino que hablamos sabiduría de Dios en misterio, la [sabiduría] oculta que, desde antes de los siglos, Dios predestinó para nuestra gloria;
V1. A un hombre como Pablo no le habría resultado difícil ganar a los corintios para el evangelio mediante un discurso impresionante. Era un orador experimentado, que además sabía cómo pensaba la gente de su época. Podría haberse adaptado fácilmente a esa forma de pensar. Con su talento, podría haber presentado el evangelio de forma atractiva y agradable. Sin embargo, entonces no habría predicado el testimonio de Dios, sino algo que les habría encantado oír. De ese modo, él mismo se habría sentido honrado. Pablo lo rechazó. Lo importante para él era el testimonio de Dios y no algo de sí mismo o de cualquier otro hombre.
V2. Pablo sabía bien con quién trataba cuando se dirigió a los corintios. Sabía que sólo había un modo de ganarlos para Cristo y era presentándolo como el Crucificado. ¿Ves que no predicaba la redención en primer lugar, sino la cruz? Cristo era el contenido de su predicación, pero predicó a Cristo en su condición más humillada. Lo presentó como el Crucificado. Eso no tiene mucho mérito, ¿verdad? De hecho, no tiene ningún mérito. La cruz es la muerte más vergonzosa que puedas imaginar. De este modo, Pablo les está diciendo que se convirtieron en creyentes en aquel momento. Eso no se debió a su excelencia en la argumentación, sino a que les predicó a Cristo como el Crucificado.
Lo habían olvidado un poco y por eso volvieron a impresionarse por diferentes cosas que honran a la gente. Ya te encontraste con esas cosas en el capítulo 1, cosas como la sabiduría, la estima y la fuerza. Pablo no quería tener nada que ver con esas cosas porque para él esas cosas ya habían sido juzgadas en la cruz de Cristo.
V3. No vino a ellos como un héroe, como alguien de quien pudieran gloriarse o enorgullecerse. Debilidad, miedo y mucho temblor eran los sentimientos que tenía cuando estaba con ellos. Ésos no son sentimientos que te hagan ser admirado en este mundo. En el mundo tienes que ser duro y hacerte importante y, sobre todo, no dejar que te pisoteen.
V4. Como Pablo no buscaba sus propios intereses ni defendía sus propios derechos, podía ser utilizado por el Espíritu Santo, que daba poder a sus palabras. Por eso, su fe no estaba en el poder humano, sino en el poder de Dios. Si tu fe se apoya en cualquier fuente humana, sin duda fracasará alguna vez.
V5. Nadie, por muy culto o sabio que sea y por muy excelente que sea su discurso, podrá dar a sus palabras la fuerza necesaria para que puedas vivir. Sólo el poder de Dios puede mantenerte en marcha y en el buen camino y llevarte sano y salvo a la meta final de tu vida. Puedes y debes aferrarte a eso.
V6. Ahora bien, los corintios no deben pensar que Pablo no podía hablar con sabiduría. ¡Desde luego que podía! Pero Pablo también sabía dónde podía hacerlo. No era con ellos, sino entre los maduros o perfectos. Ahora podrías decir: 'Oh, entonces tampoco puede hablarme a mí, porque yo tampoco soy perfecto'. Ésa es todavía la cuestión. En realidad, en la Biblia la palabra «perfecto» se utiliza de distintas maneras.
Como, por ejemplo, en Hebreos 10: «Porque por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados» (Heb 10:14). Ahí se trata de tu posición ante Dios. Mediante la ofrenda del Señor Jesús, su muerte expiatoria, Dios te considera perfecto porque te imputa la obra perfecta del Señor Jesús. Nadie puede restar valor a esa ofrenda ante Dios. Por tanto, nadie puede restar nada a tu posición ante Dios. Eres y sigues siendo perfecto porque Dios te ve en la ofrenda perfecta de Cristo.
En Filipenses 3 lees sobre una perfección que aún no tienes, sino que está en el futuro (Fil 3:12). Eso tiene que ver con tu vida en la tierra, donde puedes sufrir y tener dolor. En el cielo no será así. Allí todo es perfecto.
En Filipenses 3 también lees sobre la perfección de una tercera forma (Fil 3:15) y así es también como se entiende aquí. Los perfectos o maduros a los que nos referimos aquí son los cristianos que quieren dar a Cristo el primer y único lugar en sus vidas. Ya no quieren dar cabida en su vida a las cosas del mundo, como la sabiduría, la estima y el poder. Como los corintios seguían dando cabida a esas cosas, no se les podía considerar «maduros» o «perfectos».
¿Significa esto que ya no te interesará nada del mundo? No significa eso, pues tu vieja naturaleza, la carne, intentará continuamente atraer tu atención hacia la sabiduría, la estima y la fuerza. Si notas esto en ti -o si quizá te lo señala otra persona- confiésalo inmediatamente al Señor Jesús.
El Señor Jesús ama darte mucho más que eso como Crucificado, Él ha puesto todo en orden con Dios para ti. Le encanta que disfrutes de lo que Él es ahora en el cielo como el Hombre glorificado a la derecha de Dios. Puedes leer sobre ello en la carta a los Colosenses y en la carta a los Efesios. Allí lees sobre Cristo, «en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col 2:3) y sobre «la infinita sabiduría de Dios» (Efe 3:10). ¿Crees que entenderías algo de eso cuando todavía estuvieras ocupado con la sabiduría del mundo, o cuando todavía estuvieras impresionado por los gobernantes de este mundo? Todo eso será totalmente desechado; no quedará nada de eso.
V7. Aunque Pablo no puede desarrollarlo aquí, menciona algunas cosas importantes relacionadas con la sabiduría de Dios.
En primer lugar, esta sabiduría es «en misterio». Eso significa que esta sabiduría no es visible. No puedes observarla en el mundo que te rodea. Pero esta sabiduría no sólo es un misterio para los incrédulos; también lo es para los creyentes que piensan y viven mundanamente, o que todavía valoran en cierto modo la sabiduría del mundo. La sabiduría de Dios es una «[sabiduría] oculta» para el intelecto del hombre. Éste no puede comprenderla.
En segundo lugar, esta sabiduría de Dios es un asunto eterno. No puede referirse a un momento determinado del pasado en el que Dios haya recibido la sabiduría. Es una sabiduría tan eterna como Él mismo.
En tercer lugar, Dios ha predestinado esta sabiduría para nosotros. Por eso pensó intencionadamente en ti como alguien a quien quería dar esta sabiduría. ¿Podrías imaginártelo sin sentirte alucinado y alabarle en tu corazón?
En cuarto lugar, es una sabiduría que sirve para tu gloria. Por ti mismo no tenías ni tienes ninguna gloria, nada que sea agradable o atractivo. Eso ha cambiado gracias a la sabiduría de Dios. A los ojos de Dios ahora tienes gloria. Esta gloria no es otra cosa que la propia gloria de Dios con la que te vistió en el Señor Jesús. En ella se exhibe su sabiduría.
Cómo Dios te ha dado la gloria puedes leerlo en Juan 17. Allí el Señor Jesús dice a su Padre: «La gloria que me diste les he dado» (Jn 17:22a). Cuanto más te ocupes del Señor Jesús, más irradiará de tu vida la gloria de la sabiduría de Dios. Y eso es lo que a Dios le gustaría ver.
Lee de nuevo 1 Corintios 2:1-7.
Para reflexionar: ¿Qué te atrae más: la sabiduría del mundo o la sabiduría de Dios en un misterio? ¿Por qué?
8 - 16 Lo que Dios ha preparado
8 [la sabiduría] que ninguno de los gobernantes de este siglo ha entendido, porque si la hubieran entendido no habrían crucificado al Señor de gloria; 9 sino como está escrito: COSAS QUE OJO NO VIO, NI OÍDO OYÓ, NI HAN ENTRADO AL CORAZÓN DEL HOMBRE, [son] LAS COSAS QUE DIOS HA PREPARADO PARA LOS QUE LE AMAN. 10 Pero Dios nos [las] reveló por medio del Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios. 11 Porque entre los hombres, ¿quién conoce los [pensamientos] de un hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Asimismo, nadie conoce los [pensamientos] de Dios, sino el Espíritu de Dios. 12 Y nosotros hemos recibido, no el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado gratuitamente, 13 de lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las enseñadas por el Espíritu, combinando [pensamientos] espirituales con [palabras] espirituales. 14 Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente. 15 En cambio, el que es espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado por nadie. 16 Porque ¿QUIÉN HA CONOCIDO LA MENTE DEL SEÑOR, PARA QUE LE INSTRUYA? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.
V8. Los gobernantes de este mundo, principalmente los dirigentes religiosos de Israel, estaban completamente ciegos. Como sus ojos y su mente estaban puestos en su propia preocupación, en su propio honor y fama entre el pueblo, estaban ciegos para la sabiduría de Dios en la Persona del Señor Jesús, que estaba allí delante de ellos y a quien se podía ver y tocar. Por eso es inconcebible que hubieran crucificado «al Señor de gloria» si hubieran tenido la menor noción de Quién era y por qué había venido. Puedes tener un gran conocimiento de todo y conocer bien la Biblia, como hacían los fariseos y los escribas, pero si estás lleno de tu propia importancia personal, ¡te vuelves ciego para la gloria del Señor Jesús!
V9. Entonces también perderás de vista «que Dios ha preparado para los que le aman». Las cosas que Dios ha preparado para los que Le aman, no son cosas que puedas observar con los ojos naturales ni que puedas oír con tus oídos. Tampoco son cosas que hayan salido del corazón del hombre. Aquí se excluye toda aportación del hombre natural, es decir, del hombre sin Dios. Se trata de cosas que Dios había preparado.
V10. Si lees superficialmente el versículo 9, podrías pensar: ‘Esto es demasiado elevado y demasiado incomprensible para nosotros. Es mejor no ocuparse de «que Dios ha preparado», al fin y al cabo es una tarea inútil’. Pero ése es el resultado de leer superficialmente. Pues el versículo 10 dice que «Dios nos [las] reveló por medio del Espíritu». Por tanto, no hay excusa para no sumergirse en las cosas que Dios había preparado. Al Espíritu le encanta contártelo todo sobre ellas. La cuestión es que tu corazón esté centrado en Dios, si le amas, pues Él las ha preparado «para los que le aman». Es un hecho que si amas de verdad a alguien, quieres conocerle mejor. Lo mismo ocurre con nuestro amor a Dios.
No sabrías nada de las cosas que Dios ha preparado para ti si Dios no te las revelara. Dios podría habérselas guardado todas para Sí y mostrártelas sólo cuando estuvieras con Él en el cielo. Pero Dios no hizo eso. Te los reveló o te los dio a conocer ahora ya. Lo hizo a través del Espíritu.
V11. Aquí se llama al Espíritu «el Espíritu de Dios». Para aclarar lo que quiere decir, Pablo hace una comparación con el espíritu del hombre. La verdad es que nadie conoce el interior del hombre más que su propio espíritu. Sólo tú sabes por tu propio espíritu lo que ocurre en tu interior. Eres el único que es consciente de las preguntas y problemas que te planteas o de por qué estás alegre y feliz. Todas las demás personas no tienen ni idea de ello ni son capaces de saberlo. La única forma de que lo sepan es cuando tú se lo digas.
De la misma manera actúa Dios para decirte lo que te ha dado. Sólo el Espíritu de Dios sabe lo que ocurre en lo más profundo del corazón de Dios, respecto a sus pensamientos y sentimientos hacia ti personalmente.
V12. ¡Ese Espíritu lo has recibido! Por eso eres capaz de descubrir cuáles son las cosas que Dios te ha dado. Has recibido la capacidad precisa para escudriñar esas cosas. El espíritu del mundo -que no habéis recibido- lo volvéis a encontrar en lo que los hombres han inventado o en lo que el diablo les ha susurrado al oído. Con ese espíritu no comprenderás en absoluto ni una pizca de las cosas de Dios. El espíritu del mundo no sabe nada de eso y no está relacionado en modo alguno con las cosas de Dios. De hecho, el espíritu del mundo está en total contradicción con las cosas de Dios.
V13. En este versículo lees sobre los medios que utiliza Dios para revelarte lo que tiene en su corazón. Para ello Dios no utiliza la sabiduría humana, pues ningún hombre debe recibir gloria por ello. Así, ningún hombre podría decir: ‘Qué inteligentes son esas personas, que pueden transmitir cosas tan elevadas’. ¿De qué se trata aquí? Se trata de cosas espirituales. ¿Quién es el que puede hablar de ellas? Sólo el Espíritu.
Para contarnos lo que Dios nos ha dado, el Espíritu utiliza palabras espirituales. ¿Qué palabras son? ¿Son sonidos ininteligibles? No, son palabras normales y corrientes, pero a las que el Espíritu da un significado espiritual.
V14. Son palabras que son locura para el hombre natural. No puede entenderlas en absoluto. Piensa en ello. ¿Comprende un incrédulo de qué hablas cuando le hablas de tu relación con Dios y de cómo ha cambiado tu vida desde que conoces al Señor Jesús? No, no lo entiende, ¿verdad? ¿Por qué no? Hablas la lengua de tu madre, la misma lengua que el otro y, sin embargo, no te entiende. Eso es porque las cosas del Espíritu de Dios son necedad para él. No puede entenderlas, porque se valoran espiritualmente, y para valorar algo espiritualmente necesitas tener el Espíritu de Dios.
Se trata de dos mundos totalmente distintos. En un mundo, el espiritual, está centrado el Señor Jesús y se habla el lenguaje del Espíritu. En el otro mundo, el mundo natural, donde está centrado el hombre y su propia preocupación, se habla el lenguaje de la carne. Estos dos mundos no tienen nada en común.
V15. Ahora que te has convertido en creyente, puedes comprender la forma de vivir y de pensar de la gente del mundo natural, pues antes pertenecías a él. Ahora eres capaz de valorar todas las cosas, pero el que no tiene el Espíritu, no puede valorarte ni comprenderte. Sólo a través del Espíritu es posible valorar todas las cosas.
Para resumir esta importante enseñanza del apóstol sobre la revelación de la sabiduría de Dios, podemos decir lo siguiente:
1. Primero está la revelación por el Espíritu (versículo 10).
2. Luego viene el mensaje, la forma en que llega a nosotros: eso ocurre mediante palabras espirituales (versículo 13).
3. Por último, es aceptado por personas espirituales (versículo 14).
V16. Lo anterior parece sonar bastante orgulloso. Casi pensarías que te has igualado a Dios. El último versículo de este capítulo aporta claridad. No hay nadie que haya conocido la mente o el pensamiento del Señor como para poder enseñarle algo. Eso sonaría muy impertinente. Hay gente que piensa que Dios lo hizo todo mal. Una vez oí a alguien decir: ‘Si yo fuera Dios, entonces todo habría sido diferente’. Una persona así piensa que podría enseñarle algo a Dios, pero en realidad, por supuesto, no tiene la menor noción de Dios.
Pero tú, como creyente, has recibido la vida nueva, una naturaleza nueva. Cristo es tu vida y, por tanto, tienes la mente de Cristo. Ahora eres capaz de ver y valorar las cosas como siempre lo hizo y lo sigue haciendo Jesucristo. Es importante que sepas que, por tanto, eres capaz de valorarlo todo porque ahora has recibido a Cristo como tu vida. Seguro que comprendes que debes vivir cerca del Señor Jesús en la práctica de tu vida de fe para dar también cabida a «su mente». Eso fue lo que no hicieron los corintios, como verás en el capítulo 3.
Lee de nuevo 1 Corintios 2:8-16.
Para reflexionar: ¿Qué cosas lees aquí sobre el Espíritu?